Puede que nos ahoguemos en estos cien años tras la muerte que estaba anunciada, y ahí los literatos tenemos que preocuparnos de no naufragar y llegar a estar perdidos. Recuerdo el viejo lomo, manoseado que mi padre me prestó de Cien Años de Soledad cuando yo tan solo tenía 14 años. Desde entonces nada ha vuelto a ser lo mismo. Desde ahora, nada volverá a ser lo mismo. Adiós, Don Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario